Marienbad eléctrico, Enrique Vila-Matas, p. 22
De mi calle Rimbaud, no quedan ni
los vestigios. El cine Chile es hoy un vulgar parking. La tienda del viejo
librero judío es hoy el obsceno snack-bar Poppy's. Y en cuanto a la bolera
abandonada, los viejos ecos republicanos han cedido el paso a un homenaje funeral
y hortera al dinero: un soberbio y gris banco provinciano, en crisis [ ... ] La
herencia del horror marcaría el declive de la infancia y de la genialidad. Con mi
primer paso en el desierto y el descubrimiento de la realidad, todo fue
cambiando, y ya no ha cesado nunca de hacerlo y, además, de empeorar. Avanzar
por el desierto de la vida ha servido para constatar que al final apenas queda
nada en pie de nuestro mundo, del decorado que nos fue propio, de nuestra
entrañable calle Rimbaud, allí donde estaba todo nuestro mundo, y ahora simplemente
no está. Nada, apenas nada queda. Sólo podemos ver un viejo camino en el que el
tiempo, a las puertas ya del desierto, ha escrito el fin abrupto de nuestro mundo,
del mundo.
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