Los caprichos de la suerte, Pío Baroja, p. 89
Gloria había contado a Escalante
con todo detalle cómo se había desarrollado su odisea conyugal. En los primeros
tiempos, mientras el marido sentía entusiasmo por ella, la vida pareció normal.
Cuando se anunció la llegada del hijo, el marido empezó a recobrar su libertad
para andar detrás de otras mujeres. Llegado el hijo, no produjo entusiasmo en
el hombre. Pareció que al principio retomaba el entusiasmo por su mujer, pero
pronto comenzaron las disidencias entre los cónyuges, llegados a una situación
lamentable. El marido comenzó a salir de noche solo, a volver a casa en las
altas horas de la madrugada, borracho, y a la menor queja de la mujer, a la más
suave réplica, se lanzaba a pegarla como pudiera hacerlo un gañán o un chulo de
las afueras.
Una noche ella, cansada de verse
vapuleada, furiosa y harta de su papel de víctima, se lanzó sobre él, le agarró
del pelo, que tenía abundante y llevaba largo, y sujetándole por él con la mano
izquierda, con la derecha le descargó cuatro o cinco puñetazos en la cara. En
vista de que con aquello no había conseguido gran cosa, pues sin duda el marido
era un peso fuerte y la mujer un peso pluma, cogió del tocador una botella de
agua de colonia y con el frasco golpeó la frente del marido hasta que saltó la
sangre. Entonces él sacó el pañuelo del bolsillo apaciblemente, se secó la
sangre y se quedó tan tranquilo. Al ver esto, Gloria se echó a llorar. Sin
embargo, obtuvo un éxito, porque desde ese día ya no la pegó ni se pegaron
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