Vida privada, Josep María de Segarra, p. 202
De la marquesa de Lió se
contaban cosas más graciosas aún. En el momento en que se produjo el golpe
revolucionario, la marquesa se mostró consecuente. Aguardó a que los comunistas
fuesen a violarla. Llevaba un pijama excitante y hasta tenía la puerta
entreabierta. Se sintió mártir de la monarquía, no queda huir, quería dar su
sangre y su honra por la causa del rey. Al ver que nadie la violaba y que los republicanos
eran gente pacífica, la marquesa de Lió se dio cuenta de que estaba haciendo el
ridículo. Tenía ya hechas las maletas para irse a Francia, cuando recibió la
visita de un gran amigo suyo, don Luis Figueres, uno de los hombres más
brillantes de la Dictadura. La marquesa creia que don Luis huiría con ella,
pero don Luis estaba muy tranquilo, y todo aquel asunto de la República le
hacía cierta gracia. La marquesa se quedó en Barcelona y, pocos días después,
hablaba de política feminista y creía que las mujeres debían intervenir en el
nuevo régimen; incluso se hizo presentar a un concejal de la Esquerra y llegó a sentir simpatía por el señor Alcalá
Zamora.
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