Primero contaré lo del atraco que
cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después.
El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en
las sendas que acabarían comando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no se
contase esto antes que nada.
Nuestros padres eran las personas
de las que menos se podría pensar que atracarían un banco. No eran gente rara,
ni evidentemente criminales. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que estaban
destinados a acabar como acabaron. Eran personas normales -aunque, claro está,
tal afirmación queda invalidada desde el momento mismo en que atracaron el
banco.
Mi padre, Bev Parsons, era un
chico de campo que nació en Marengo County, Alabama, en 1923, y terminó la secundaria
en 1939, loco de ganas de entrar en el Army Air Corps de los Estados Unidos, el
cuerpo que luego se convertiría en la Fuerza Aérea. Entró en Demopolis, se
formó en Randolph, cerca de San Antonio, donde quiso ser piloto de combate,
pero como le faltaban aptitudes tuvo que conformarse con convertirse en oficial
de bombardero. Voló en los B-25, en los Mitchellligeros y medios que sirvieron
en Filipinas, y luego sobre Osaka, donde sembraron la destrucción en la tierra
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