Una vez me perdí. A los seis o
siete años. Venía distraído y de repente ya no vi a mis padres. Me asusté, pero
enseguida retomé el camino y llegué a casa antes que ellos -seguían buscándome,
desesperados, pero esa tarde pensé que se habían perdido. Que yo sabía regresar
a casa y ellos no.
Tomaste otro camino, decía mi
madre, después, con los ojos todavía llorosos.
Son ustedes los que tomaron otro
camino, pensaba yo, pero no lo decía.
Mi papá miraba tranquilamente
desde el sillón. A veces creo que siempre estuvo echado ahí, pensando. Pero tal
vez no pensaba en nada. Tal vez sólo cerraba los ojos y recibía el presente con
calma o resignación. Esa noche había, sin embargo -esto es bueno, me dijo,
superaste la adversidad. Mi madre lo miraba con recelo pero él seguía
hilvanando un confuso discurso sobre la adversidad.
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