Vida privada, Josep María de de Segarra, p. 203
En general, la aristocracia del
país se movió muy poco y no abusó de la venta y la conversión de valores. La
mayoría se quedó en casa a ver qué pasaba, y un grupo considerable se puso la
etiqueta republicana. Sin embargo, querían una República moderada y clerical y,
ante lo que llamaban demagogia de las Constituyentes, lanzaban unos marramiaus homéricos.
El clero, desde el púlpito, ayudaba a hinchar el marramiau predicando la
aparición de la Bestia del Apocalipsis sobre nuestro país. Los afectos al rey
destronado y los carlistas hicieron causa común contra la República y
celebraron misas solemnes. Cuando murió don Jaime de Barbón le dedicaron unos
magníficos funerales en la catedral de Barcelona. Aquellos funerales fueron una
de las manifestaciones monárquicas más desvergonzadas. Después, unos devotos
que alían de los funerales asesinaron a
un pobre muchacho que pasaba por la calle, a fin de que las solemnes exequias
se vieran prestigiadas por una sangre inocente. Según se comprobó, eran unos
religiosos monárquicos, partidarios de los sacrificios humanos.
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