El mal de Montano de E.Vila-Matas, p.241
Quiero adentrarme a fondo en la
irrealidad, huir de tanto odioso fantasma, de tanta falsificación y mascarada,
huir de una realidad que ya no tiene sentido. “Uno no se vuelve viejo en el
curso de una tarde” comentaba John Cheever en sus diarios, lo decía a propósito
de su cuenco EL nadador, donde el protagonista cruzaba piscinas en el
transcurso de unas horas que acababan convirtiéndose en meses, y finalmente en
años, volvía a su hogar convertido en un anciano. “Pero bueno, juguemos un poco”,
recuerdo que añadía Cheever. Ustedes han podido ver cómo, sin embargo, sí es perfectamente
posible volverse viejo en el tiempo que dura una conferencia sobre el diario
personal como forma narrativa. Ustedes han podido presenciar mi desagradable
mutación, y saben que es lógico que me encuentre de malhumor. Voy a salir de
este Museo de Literatura veinte años más viejo, me he transformado en uno de
esos ancianos terribles y muy peligrosos de los que hablaba Macedonio Fernández
en una de sus notas.
George Sand ya había hablado de
este fenómeno de envejecer en directo, a la vista de todo el mundo. En una de sus
novelas habla de un salón francés en el que observa los gestos y las muecas de
la trasnochada aristocracia y ve a todos los ancianos aristócratas envejecer
ah! mismo. Y Marcel Proust utiliza esa idea para su Recherche. Y ahora se diría
que la idea me ha utilizado a mí, pues como todos ustedes han podido
perfectamente apreciar -y ello ha constituido el espectáculo esencial de esta
conferencia-, se me ha visto esta noche envejecer aqul mismo, a la vista de
todos. Me sabe mal por ustedes, que se han desplazado a este Museo para oír una
conferencia y han acabado asistiendo al espectáculo de un pobre cornudo que ha
envejecido veinte años en dos horas
En la imagen fotograma de El tiempo recobrado de Raúl Ruiz
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