De La isla de la infancia de Karl Ove Knausgard, p. 120-121
A veces me contenía durante días
para conseguir una cagada grande de verdad, y también porque era bueno en sí.
Cuando realmente tenía necesidad de cagar, tanta que apenas conseguía mantenerme
en pie y tenía que inclinarme un poco hacia delante, sentía un maravilloso
cosquilleo por todo el cuerpo si no cedía y apretaba los músculos del culo todo
lo que podía y más o menos empujaba la mierda al lugar de antes. Pero era peligroso,
porque si lo hacías demasiadas veces, la mierda se hacía tan grande que casi
resultaba imposible sacarla. ¡Dios mío, lo que dolía cuando iba a salir uno de
esos gigantescos cagarros! Era realmente insoportable, el dolor me llenaba del todo,
era como una explosión de dolor. ¡AHAHAHAHA!, gritaba. ¡AHAHAHAH! Y entonces,
cuando la cosa iba muy mal, salía de repente.
¡Dios mío, qué bien!
¡Qué sensación tan fantástica me
invadía en esas ocasiones!
El dolor había pasado.
La mierda en el váter.
Todo dentro de mí respiraba
entonces paz y tranquilidad.
Tanta paz sentía que no tenía
ganas de levantarme y limpiarme, sino que quería seguir allí sentado.
¿Pero merecía realmente la pena?
Antes de una de esas grandes
cagadas podía estar temiéndola un día entero. No quería ir al baño, porque me
dolía, pero si no iba, resultaría cada vez. más doloroso. Así que al Hnal no
había otro remedio que sentarse. ¡Saber que aquello te iba a doler un montón! Una
vez. tenía tanto miedo a lo que iba a sufrir que intenté buscar otra manera de
sacar la mierda. Me levanté un poco y metí el dedo en el culo hasta donde pude.
¡Allí! ¡Allí estaba la mierda! ¡Dura como una piedra! Ya localizada, empecé a
girar el dedo en un intento de ensanchar el paso, a la vez que apretaba un
poco, y así pude poco a poco ir remolcando la mierda hasta el borde. Costó
sacar hasta el último trozo pero no dolió tanto. '
¡Qué gran método!
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