De A propósito de Majorana, p. 241
Un
pequeño altercado llamó mi atención. Un parroquiano con alguna copa de más al
parecer había importunado de algún modo a una dama y otro más caballeresco lo
había invitado a retirarse. ¿Qué costumbre era aquella que ·tan bien conocía yo
de pasarse las horas en una barra, apaleando la conciencia hasta que nos dejase
tranquilos, hasta que nos permitiera volver a ser niños por un rato, espíritus
sin cuerpo que no sienten el peso de las responsabilidades ni el paso del
tiempo? ¿A qué respondía esa necesidad tan antigua? El hecho es que ahí
estábamos cumpliendo con el ritual, y sintiendo los dientes ya reblandecidos
pensé en los espíritus del gringo Ross, y concluí que se trataba de una de las
bromas de la vida, de esas de las que tanto le gusta gastar: mientras ellos
querían un cuerpo para poder emborracharlo, los que teníamos uno nos
dedicábamos a intoxicarlo hasta olvidamos de su existencia, hasta convertirnos
en almas libres que revolotean por el espacio en un tiempo infinito. Era
evidente que no formábamos parte de una raza facil de contentar. Al cabo de un
momento el gringo se dejó caer en su silla con dos nuevos vasos en las
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