De A propósito de Majorana de Javier Argüello, p. 151
Nápoles, el presente
-Y ¿qué le parece la ciudad? -me
dijo el dueño del hotel mientras trabajaba en uno de sus pesebres.
¿Qué me parecía la ciudad? Me
parecía un hervidero de vida y de historia donde la realidad resultaba más real
que en ningún otro sitio que yo hubiera conocido, como si comparándolas con
Nápoles, todo el resto de ciudades en las que había estado pecaran de cierta
frivolidad. Me parecía que si el origen de la especie humana había estado en
África con los bosquimanos, el comienzo de la metrópolis moderna no había estado
ni en Londres ni en París, que ésos eran experimentos planificados. Antes de
que Londres iluminara sus calles con aceite de ballena y de que París abriera
sus grandes avenidas, Nápoles ya había agotado la mayor parte de los
experimentos que la sociología urbana podía concebir. Los puertos de mercancías
cartagineses habían dejado su estampa sobre las empalizadas griegas y la
dinastía de los Borbones había elevado su señorío hasta convertirlo en Camorra,
fundiendo en un mismo escenario casi todas las variantes a las que puede asomarse
la condición humana. Me parecía que en esas calles había ocurrido todo lo que
podía tener que ver con la civilización occidental y moderna, el comercio y la
guerra, el honor y la traición, la elevada erudición y la más animal de las supervivencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario