De El mal de Montando de Vila-Matas, p.64-65
Esa noche, en mi cuarto de hotel,
fui pensando en todas estas cosas y dándole mentalmente, cada cuarto de hora,
las gracias a Tongoy por haberme apartado, aunque fuera tan sólo ligeramente,
de mi literatosis -asl calificaba Onetti a la obsesión por el mundo de los libros-
y por haberme recordado lo incierto que era el futuro de la literatura. Esa
noche, frente al espejo que reflejaba mi triste figura, acabé concentrando mis
pensamientos en la provincia más mundana y necia del mal de Montano de la
literatura, y me dije que no era una zona geográfica con pocos años de
existencia, pues en realidad Milton, por ejemplo, ya hablaba de ella cuando decía
haber visitado una nebulosa zona gris, una provincia en la que sus habitantes
se dedicaban, por costumbre, a machacar la elegancia de espíritu y las más
nobles corrientes de la tradición literaria. Y Schopenhauer también parecía
haber visitado esa provincia mundana y necia cuando decía que ocurre en la
literatura como en la vida: de cualquier lado que uno se vuelva, choca
enseguida con el incorregible vulgo de la humanidad, que está en todas partes
por legiones, llenándolo todo, y manchándolo todo, como las moscas en verano, y
de ahí la cantidad de malos libros, eso que él llamaba la cizaña parasitaria.
Esa cizaña habita de forma masiva
en la provincia más mundana y necia del mapa del mal de Montano de la literatura,
un complicadísimo mapa en el que encontramos gran variedad de provincias, de
madrigueras, de naciones, de recodos, de bosques, de islas, de esquinas
sombrías, de ciudades. La verdad es que, desde esa noche en el hotel de
Valparaíso, viajo con frecuencia por ese mapa; viajo muy a menudo por ese mapa
que voy lentamente dibujando y donde, por cierto, casi en sus afueras se halla
-aún ni lo he dibujado- un suburbio al que llaman España, donde se jalea una
especie de realismo castizo del siglo XIX y donde para una gran parte de los
críticos y los lectores lo normal es el desprecio por el pensamiento. Una perla
de suburbio. Por si fuera poco, se trata de un suburbio conectado a través de
un túnel submarino -que ya no puede ni salir en el mapa- con una especie de
territorio que recuerda a aquella isla del Realismo que descubriera Chesterton, una isla en la que sus habitantes
aplauden apasionadamente todo lo que les parece arte verdadero y gritan: “¡Eso
es realismo! ¡Así es como son las cosas verdaderamente!” Los españoles son de
esa clase de gente que se cree que por repetir una y otra vez la misma cosa al
final acaba siendo verdad.
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