UN CORTE DE PELO
El poema se titulaba «Miedo».
Miedo a no amar y miedo a no amar
lo suficiente, decía.
Miedo a que lo que yo amo resulte
letal para los que yo amo.
Conducía despacio. No le gustaba
hacerlo de noche. Aunque le ayudaba a pensar en otras cosas, a recordarlas.
Como aquel poema.
Marino, a su lado, dormía. Le
miró varias veces. Su ánimo hacia él cambiaba como las curvas de la carretera:
vacío, unas; compasión, otras.
Aún faltaban sesenta kilómetros
para su destino. No lo despertaré hasta entonces, se dijo.
Rosana llamó desde Brighton. La
casa es fantástica, aseguró. Tenía un jardín. Los rosales trepaban por la
fachada.
Le había enviado una postal el
primer día, ¿no había llegado? Quizá la entregaran cuando él ya estuviera de
viaje.
¿No te animas a venir? Podría ir
a buscarte al aeropuerto. Practicarías tu inglés. Le dictó su número de
teléfono por si le apetecía llamarla.
Pensaba en la conversación
mientras sorbía la sopa.
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