De La isla de la infancia de KO Knausgard, p.245-246
Otras veces me imaginaba que me
moría, el gran dolor que entonces sentiría ella, y el arrepentimiento cuando
entendiera que lo que realmente quería, es decir, estar conmigo, ya no era
posible, porque yo descansaba en el ataúd, con coronas de flores encima. En
general, la muerte constituía en aquella época un pensamiento dulce, porque Anne
Lisbet no sería la única persona que se arrepentiría de lo que había hecho,
también mi padre tendría que hacerlo. Estaría delante de mi ataúd llorando,
delante de mí, muerto tan joven. Toda la
urbanización estaría allí, y tendrían que reconsiderar todo lo que habían
pensado sobre mí, porque yo ya no estaba, y el que realmente había sido yo
aparecería dibujado por primera vez con más claridad. Pues sí, la muerte era
dulce y buena y un gran consuelo. Pero aunque yo estaba triste por lo de Anne
Lisbet, ella seguía allí, la veía todos los días en el colegio, y mientras ella
estuviera cerca, habría esperanza. La oscuridad que a veces me sobrevenía al
pensar en ella era por tanto muy diferente a esa otra oscuridad, a lo que me
entristecía y pesaba, y que también conocía Geir, porque una tarde que
estábamos sentados en su cuarto me preguntó qué me pasaba.
-Nada en especial -respondí.
-¡Pues estás muy callado! -dijo.
-Ah, bueno -dije-. Es que estoy
muy triste.
-¿Por que? -No lo sé. No hay
ninguna razón en especiaL Sólo que estoy
triste.
-A mí también me pasa eso algunas
veces -dijo.
-¿A ti también?
-Sí.
-¿Que estés triste sin que haya
pasado nada especial?
-Sí, a mí también me pasa.
-No lo sabía -dije-. N o sabía
que a otros también les pasaba eso.
-Lo podemos llamar así -propuso
Geir-. "Eso”. Podemos decirlo cuando nos sentimos así. “«Ahora me pasa eso”,
podemos decir, y entonces el otro lo entenderá enseguida.
-Es una idea muy buena -dije.
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