De Expo 58 de Jonathan Coe, p.25
Thomas colgó y salió de la
cabina; pero, en lugar de dirigirse directamente hacia las escaleras mecánicas,
encendió un cigarrillo, se apoyó en la pared y contempló a la gente que pasaba ante
él apresuradamente. Pensó en la conversación que acababa de mantener con su
esposa. Había sido cariñosa, como siempre, pero algo en ella lo había alterado.
En estos últimos meses tenía la creciente sensación de que el eje de su
relación con Sylvia se había desplazado. Sin duda el motivo era la llegada de
la pequeña Gill; evidentemente ese acontecimiento los había unido más en
algunos aspectos, y sin embargo ... Sylvia estaba tan preocupada por la
responsabilidad diaria de cuidar de la niña, de atender sus inacabables e
impredecibles necesidades, que Thomas no podía evitar sentirse de algún modo
marginado, excluido. ¿Pero qué podía hacer? La fugaz imagen que le había venido
a la cabeza en el despacho del señor Cooke -la imagen de ambos empujando el
cochecito por Regent's Park- había sido muy intensa, ¿pero qué tipo de hombre
se sentía subyugado por estas visiones? ¿Qué tipo de hombre prefería pasear por
el parque con su esposa y su hija al reto diario de progresar? Una mañana
Carlton-Browne y Windrush le habían oído hablar por teléfono con Sylvia sobre
el hipo de su hija y después se pasaron varios días machacándolo con eso. Y con
razón. No había dignidad alguna en todo aquello, ninguna solemnidad. En estos
momentos y a su edad, un tío tenía, después de todo, responsabilidades. Un
papel que interpretar. Sería una locura no aceptar el trabajo en Bruselas.
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