Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

HIJOS

De El festín del amor de Charles Baxter, p. 102-103
Descolgué el teléfono y dije: “¿Sí?». Desde el otro extremo del continente desde la costa oeste, empezó a hablarme mi hijo Aaron. Con una voz de cólera incansable, me  maldijo a mí y a su madre, acostada a mi lado. Una vez más invitado  a escuchar la historia de cómo había arruinado la vida de mi hijo, destruido su alma, de cómo le había sacrificado a los diablos y ángeles de la ambición frustrada. De un modo soporífero hallaba palabras con que herir mi corazón. Acusación: había esperado de él más de lo que él podía dar de sí. Acusación: había concebido esperanzas sobre él que le habían, dijo, enloquecido. Acusación: yo era quien era. Loco, enfermo y lleno de maldad, describió con detalle su locura y su enfermedad, sus terribles impulsos de hacer daño a los demás y a sí mismo, como si yo no hubiera escuchado esta historia muchas veces, varias veces, innumerables veces. Cuchillas, alambres, gas. Me llamó a mí, a su padre, un hijo de puta. Me dijo que no quería que siguiese siendo su padre. Luego rompió a llorar y pidió dinero. Exigió dinero. Desde la nada, desde la eterna noche de su vida, exigió dinero en efectivo. Yo también lloraba de tristeza y rabia, apretando el auricular muy fuerte contra la oreja para que Esther no oyera una palabra. Tapando el micrófono con la mano, le pregunté si había hecho daño a alguien, si se había herido él mismo, y respondió que no, pero que lo estaba pensando, que cada minuto lo planeaba de antemano, planeaba monstruosas calamidades personales, necesitaba ayuda, pedía ayuda, pero antes necesitaba el dinero, ya, en aquel mismo instante, mi dinero, cantidades extraordinarias de dinero. No me hagas ser tu salero sacrificial, dijo, y luego se corrigió, tu cordero sacrificial, no lo hagas, no vuelvas a hacerlo. A sabiendas de que era un error, dije que vería qué podía hacer, le enviaría lo que tuviese. Pareció calmarse por un momento. Respiraba de forma estruendosa. Me deseó cordialmente buenas noches, como al término de una actuación eficaz.
Tener un hijo o una hija así es como tener una porción del alma muerta, marchita y sin posibilidades de sanar. Ves al alma perdida de tu hijo flotar en los éteres de la eternidad. La ética es un sueño, y la ternura un fantasma diurno que se desvanece cuando llega la noche. Esther y yo, con los ojos abiertos, permanecimos abrazados hasta el alba. Mi querida mujer lloró en mis brazos, los dos teníamos el corazón destrozado. Vivimos en una ciudad grande de la que somos los únicos habitantes.

Kafka: Una vez que se responde a una falsa alarma del timbre nocturno, ya no tiene remedio.

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