De Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite, p.108-109
Precisamente el erotismo es como
una marea que rompe los diques de lo inteligible. Y tú quieres entender sin
arriesgarte a dejarte anegar por esa marea.
-No me gusta correr riesgos que
me anulen el entendimiento.
-Ya lo sé. Pero apóyate en la
experiencia de otros que los hayan corrido. ¿Por qué no relees, por ejemplo, a
Bataille?
Desde aquella conversación, mi
trabajo sobre el erotismo empezó a despedir un tufillo a rancio, a caldo de
cerebro, que ya no ha perdido. Y esta noche lo reconozco más que nunca. Mis
ojos se han quedado prendidos precisamente en una cita de Bataille que acentúa mi
malestar.
La vida humana -dice- tiende a la
prodigalidad. Una agitación febril latente en nosotros pide a la muerte que ejerza
sus estragos a nuestras expensas. El amor y la muerte no son más que momentos
álgidos de una fiesta que la naturaleza celebra con la multitud inagotable de
los seres, pues uno y otra llevan consigo el despilfarro ilimitado al que propende la naturaleza, en contra del
deseo de durar que es propio de cada ser.
Al leer esta frase y copiarla
ahora para ti, se me viene a la memoria alguien que la hubiera suscrito
apasionadamente, que vivía gastándose. Ya sabes quién te digo. ¿Verdad que todas
sus teorías sobre el deseo amoroso iban por ese registro? Aunque la verdad es
que no eran teorías siquiera, eran oleadas que irrumpían sin más. Teorías eran
las que le oponía yo, en un intento terco de amurallar el mar para que no me
invadiera la casa. Nunca me atreví a adaptarme a su ritmo ni fui feliz con él,
ya era hora de que lo dijera, Sofía.
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