No callar, Jacier Cercas, p. 715
Siempre había oído decir que una separación es una experiencia desgarradora; ahora sé que es verdad: la mía lo ha sido. Todo empezó cuando hace unos meses un estudiante me preguntó durante una charla con qué diccionario trabajaba. La pregunta me sorprendió, pero enseguida comprendí que es la pregunta más seria que se le puede hacer a un escritor. «Todo está predicho en el diccionario», dice Paul Valéry, y así es: un diccionario es un mapa del universo; también es un libro mágico: contiene casi todos los libros que se han escrito en una lengua, y casi todos los que se escribirán. Como cualquier escritor, yo convivo con un harén de diccionarios, pero uno de ellos me ha robado el corazón: es el que tengo siempre a mano, el primero que consulto, el único con el que mantengo una relación íntima; no es un diccionario, sino mi diccionario, el libro que más he leído en mi vida y que me define. La decimonovena edición del diccionario de la Real Academia, le respondí al estudiante. Me emocioné: llevaba más de treinta años conviviendo con ella, desde que mi padre me la compró a mediados de los años setenta, habíamos viajado juntos por dos continentes, por varias ciudades, por decenas de casas, y sin embargo era la primera vez que la mencionaba en público. No recuerdo de qué se habló durante el resto de la charla, pero sí que, al terminar, mi amiga la lingüista Avel.lina Suñer me dijo: Conque la decimonovena, ¿eh? Sí, contesté, exultante. Pues busca la definición que da de la palabra «mahometano», me retó. Y luego la que da de la palabra «cristiano». Y lee la definición que da de «marxismo». Y también la que da de «dólar». No me gustó el tonillo entre acusatorio y confidencial con que dijo todo esto, pero lo primero que hice al llegar a casa fue buscar la decimonovena.
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