Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

1967


La desaparición de Josep Menguele, p. 182

Temblando de frío e impotencia en su mísero mirador, contempla la luna roja camuflada tras nubes negruzcas cargadas de lluvia. Esa noche de septiembre de 1967, Mengele presiente que ha perdido. No entiende ya nada de un mundo que se le escapa y al que ya no pertenece, un mundo que lo ha expulsado, a él, el «cochero del diablo». Durante todo el invierno austral ha visto en la televisión a los jóvenes alemanes cuestionar el orden ancestral, la disciplina, la jerarquía, la autoridad, pedir cuentas a sus padres; ha visto a melenudos desmadrados bailar en el Summer of Love de San Francisco e irse a Katmandú, a blancos defender a los negros en Norteamérica. Lo descomponen los artistas contemporáneos alemanes, las primeras comunas aparecidas en Colonia, Múnich y Berlín Oeste, Beuys y sus esculturas sociales de carbón, residuos y hierro oxidado, el movimiento Zero, Richter, Kieffer, los accionistas vieneses, Bms, Muehl, Nitsch, que se laceran la piel y manchan sus lienzos con sangre, y los músicos psicodélicos cuyos sintetizadores contestatarios, flautas y percusiones liberadoras entierran el lirismo wagneriano. Sus melopeas cósmicas exploran las entrañas del alma alemana y claman su desesperación pisoteando el pasado. Obsesionados por la guerra, artistas plásticos, pintores y músicos abandonan la Alemania del eufemismo, su hipocresía y sus mentiras, Alemania y su furor iconoclasta, cámara de tortura, lodazal de los pecados humanos, Alemania, a la que asocian con el panel derecho del Jardín de las delicias del Bosco, con el infierno y el diablo, el foco de la gran peste que acaba de devastar Europa.


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