No callar, Javier Cercas, p. 649
Pero, en general, el filólogo y
el escritor estaban, como digo, bastante alejados, y en particular lo estaban
respecto a la Guerra Civil: el filólogo pensaba, como Juan Benet, que «la
Guerra Civil fue, sin duda alguna, el acontecimiento histórico más importante
de la España contemporánea y quién sabe si el más decisivo de su historia», y
no se cansaba de leer al respecto; el escritor, en cambio, tendía a pensar
-como por aquella época lo pensaban casi todos los escritores o cineastas
españoles de su generación- que la Guerra Civil era un tema agotado, estaba
harto de novelas y películas casposas sobre ella y sentía que aquel eterno conflicto
no le atañía y que en todo caso era incompatible con la distancia irónica, el
espíritu lúdico y el escepticismo irreverente
consustanciales al nuevo instrumental técnico que estaba tratando de
perfeccionar en sus novelas. Esta incompatibilidad pareció quedar
definitivamente probada cuando, poco antes de acometer Soldados de Salamina,
intenté una novela sobre la Guerra Civil y, después de escribir ciento
cincuenta páginas, comprendí que estaba escribiendo otra maldita casposa novela
sobre la Guerra Civil y tomé la sabia decisión de arrojarla a la papelera.
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