La desaparición de Josep Mengele, p. 31
Los Perón quieren emancipar
Argentina y anuncian una revolución estética e industrial, un régimen plebeyo. El
presidente Perón atruena y vitupera, en la radio, ante las masas hechizadas,
gesticula y fanfarronea, promete el fin de la humillación, de la dependencia, y
una vida maravillosa, el gran salto: es el salvador, el justicialismo peronista
logrará que Argentina figure en los libros de historia.
Perón es el primer político que
sacude a la vetusta sociedad colonial argentina. Como secretario de Estado, ha
mimado a los trabajadores; como presidente, impulsa los servicios públicos con
el apoyo de la CGT, integrada en el inmenso aparato estatal. Crecimiento y
autosuficiencia, orgullo y dignidad: Perón quiebra los privilegios de la
oligarquía, planifica sus sueños de grandeza, centraliza y nacionaliza los
ferrocarriles, el teléfono, los sectores estratégicos hasta ahora en manos de
los extranjeros.
Evita es el icono de la
modernización radical en ciernes. Vestida de gala, la madona de los pobres
recibe a delegaciones sindicales, visita hospitales y fábricas, inaugura
ramales de carretera, reparte prótesis dentales y máquinas de coser, arroja
fajos de pesos por las ventanillas del
tren en el que recorre infatigablemente el país. Crea una fundación de ayuda a
los descamisados, a todos los desheredados, y propaga el bondadoso mensaje
peronista en el extranjero ante las multitudes que la aclaman. En 1947, durante
su Gira del Arcoíris, la reciben el Papa y varios jefes de Estado. Los Perón,
mediadores del pueblo y de la voluntad divina, consolidan el orden nuevo,
nacionalista y autoritario. Purgan la universidad, la justicia, la prensa, la administración;
triplican los efectivos de los servicios secretos, hombres de gabardina beis y
traje oscuro. Perón vocifera: «¡Alpargatas sí; libros no!»: despedido de su
puesto en la biblioteca municipal de Buenos Aires, Jorge Luis Borges es
ascendido a inspector nacional de aves de corral y conejos.
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