La desaparición de Josef Menguele, Olivier Guez, p. 41
Alemania e Italia le fascinan
desde el ascenso de Mussolini al poder, a comienzos de la década de 1920. Como
todos los lanzadores de boleadoras de su generación, a Perón le entusiasman las
hazañas de Italo Balbo y de Francisco de Pineda, los fascistas voladores, esos
intrépidos aviadores que fustigan el éter estrellado para enlazar Roma con
Sudamérica. Perón escucha la voz del Duce difundida en las ondas argentinas y
corre a ver al cine Palace Un hombre, un pueblo. Mussolini le impresiona: un
dirigente investido por la Providencia para salvar una nación y hacer estallar
el continuum de la Historia.
Descubre Italia en 1939 siguiendo
una formación del ejército fascista y como agregado militar en la embajada de
Argentina en Roma. Durante dos años viaja, se informa y toma notas: está
convencido de hallarse en el corazón de una experiencia histórica inédita desde
la Revolución francesa, la fundación de una democracia popular auténtica.
Mussolini ha conseguido que converjan fuerzas dispersas hacia el objetivo que
él les ha fijado, el socialismo nacional. El 10 de junio de 1940, el ejército
italiano entra en guerra. Desde el balcón de la Piazza Venezia, el Duce
enfervoriza a una inmensa multitud ante un Perón ataviado con uniforme de gala.
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