El cerebro femenino, L. Brizendine, p. 113
Enamorarse es una de las
conductas o estados cerebrales más irracionales que cabe imaginar tanto entre los
hombres como entre las mujeres. El cerebro se vuelve “ilógico” en el umbral de
un nuevo romance, literalmente ciego a las deficiencias del amado. Es un estado
involutario. Estar enamorado hasta la médula, o el llamado amor loco, forma un
estado cerebral documentado en la actualidad. Esa suerte de amor convive en los
circuitos cerebrales con estados de obsesión, manías, embriaguez, sed y hambre.
No es una emoción, pero intensifica o disminuye otras emociones. Los circuitos del
enamoramiento son ante todo un sistema de motivación que es diferente del área
cerebral del impulso sexual, pero se superpone con la misma.
Los circuitos cerebrales que se
activan cuando estamos enamorados encajan con los del drogadicto que ansía desesperadamente
la siguiente dosis. La amígdala -el sistema de alerta ante el miedo del
cerebro-y el córtex cingulado anterior -el sistema cerebral de la inquietud y
del pensamiento crítico- se ponen patas arriba cuando los circuitos del amor
corren a toda marcha. Algo muy parecido acontece cuando la gente consume
éxtasis: la precaución normal que tienen los humanos ante los extraños se
desconecta y se sintonizan los circuitos del amor. Es decir, el amor romántico
es una manera natural de «colocarse». Los síntomas clásicos del amor temprano se
asemejan a los de los efectos iniciales de drogas como anfetaminas, cocaína y
opiáceos: heroína, morfina y oxicodona. Estos narcóticos disparan el circuito
cerebral de la recompensa, causando descargas químicas y efectos similares a
los del romance. De hecho, hay algo de verdad en la idea de que la gente puede
volverse adicta al amor. Las parejas románticas, en particular en los primeros
seis meses, anhelan el sentimiento extasiado de estar juntos y pueden sentirse
totalmente dependientes el uno del otro. Estudios sobre el amor apasionado
muestran que este estado cerebral dura más o menos de seis a ocho meses.
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