BLAKE
Matar a alguien no es nada del
otro mundo. Basta con observar, vigilar, reflexionar mucho y, llegado el
momento, vaciarse. Eso es. Vaciarse. Apañárselas para que el universo se
contraiga, para que se contraiga hasta condensarse en el cañón de un fusil o en
la punta de un cuchillo. Eso es todo. No hacerse preguntas, no dejarse llevar
por furia, seguir el protocolo, actuar metódicamente. Blake cómo hacerlo, y lo
sabe desde hace tanto que ya ni cuándo empezó a saberlo. El resto cae por su
propio peso.
Blake hace de la muerte de los
demás su vida. Que 'le venga con lecciones de moral. A la ética responde con estadísticas.
Porque a Blake que lo perdonen, pero un ministro de Sanidad recorta los
presupuestos,c uando se suprime un escáner aquí, un médico allá y una reanimación
acullá, ya se imagina que está acortando considerablemente la vida de miles de
desconocidos. Responsable, no culpable, dicen. Blake es justo Y, de todos
modos, no tiene por qué justificarse. Le trae sin cuidado.
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