Volver la vista atrás, JG Vásquez, p. 132
Uno de esos domingos burgueses y
culpables, fueron al Jardín Botánico. En la mañana, Luz Elena reunió a los
niños y les dijo: “Hoy van a conocer a alguien especial”. Les habló de Pu Yi,
el último emperador de China. A Sergio le entusiasmó la idea de conocer a un
hombre que había sido más poderoso que un rey; y llegó al jardín con los ojos
bien abiertos. En la sala principal los recibió un funcionario igual a todos,
con el mismo traje azul de todos, con la misma hospitalidad en sus maneras,
pero que se movía por sus dominios con la espalda recta y la cabeza en alto,
como si buscara algo en el horizonte. Llevaba gafas redondas y un rictus en la
boca que sólo podía llamarse orgullo, aunque parecía extraordinariamente torpe
(más de una vez en esos breves minutos tropezó con algo, y en una oportunidad,
al hacer un gesto con la mano, golpeó sus propias gafas y las mandó por los
aires). Les habló del lugar y sus maravillas, y así supo Sergio que el hombre
no era un funcionario cualquiera, sino que era el responsable del jardín. Pero
entonces entendió: el hombre, a pesar de su traje y su oficio, no era sólo un
jardinero. Era Pu Yi.
El antiguo emperador no dijo una
sola palabra acerca de su pasado, ni nadie le hizo una sola pregunta a pesar de
que todos sabían quién era y cómo había sido su vida anterior: aquella sesión
de turismo y jardinería había sido lo más parecido a un pacto de silencio sobre
un pasado vergonzante. Sergio tuvo la urgencia inexplicable de volver a verlo,
así que se separó del grupo y regresó corriendo al lugar donde se habían
despedido. Y allí lo vio, acurrucado entre flores, con unas tijeras de jardín
en la mano derecha. En la otra mano llevaba las gafas, y Sergio se dio cuenta de
que se las había quitado pata limpiarse la cara. Lo tenía de perfil y estaba
lejos, de manera que no se veía claramente, pero Sergio imaginó que el antiguo
emperador estaba llorando. Al día siguiente, de regreso en la escuela, le habló
a un profesor de la visita. El profesor hizo una mueca de asco.
“Un traidor”, dijo. “Pero se ha
reformado, la Revolución lo ha reformado. Ha reconocido sus crímenes, ha reconocido
que su vida pasada no tiene valor y se ha arrepentido de haberla llevado. Y Mao
lo ha recibido, porque Mao es generoso.”
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