Proust, novela familiar, Laure Murat, p. 105
«El placer aristocrático de desagradar. .. » ¿Cuántas veces habrán repetido esta cita de Baudelaire los propios aristócratas, convencidos de que, con estas palabras, el poeta justificaba la superioridad de una elite y legitimaba su arrogancia? Más por ignorancia que por mala fe, la cita queda truncada de su primera parte, que, sin embargo, cambia no poco la intención: «Lo embriagador del mal gusto es el placer aristocrático de desagradar».
Esa íntima relación entre mal
gusto y aristocracia, vulgaridad en el sentir y nobleza en el rango, no solo no
es una contradicción, sino que constituye una paradoja superficial que Proust
convirtió en una constante de su heptalogía, una amplia puesta en escena para
quitarle la venda de los ojos a la sociedad, donde los personajes, tal y como
reconoce el propio autor, resultan ser al final lo contrario de lo que
aparentaban al principio. Tras el sádico aparece el tierno. Tras el hombre de
mundo, el paleto. Tras una legendaria duquesa, una mujer vulgar y corriente. El
hombre viril se revela como un afeminado; el noble, como un hombre innoble. En
busca del tiempo perdido o el gran libro de lo inverso.
De modo que convendría recordar
sin dilación a quien se empeñe en sostener que Proust es esnob que En busca del
tiempo perdido es la crítica más cruel y más sutil que jamás se le haya hecho a
la aristocracia francesa en la literatura.
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