Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

Nietzsche


El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas, p.84

El loco de Nietzsche es un demente que enciende un farol en pleno día y corre al mercado gritando: «¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!». La gente se ríe del loco, mientras él se pregunta, retóricamente: «¿Que adónde se ha ido Dios? Os lo voy a decir», se contesta. «Lo hemos matado: vosotros y yo. ¡Todos somos su asesino!». Y a continuación suelta un epigrama corno un grito terrible cuyo eco todavía no se ha extinguido: «¡Dios ha muerto, y nosotros lo hemos matado!». ¿Ese grito es de alegría o de pena? ¿Hace feliz al loco la muerte de Dios, la liberación de la eterna autoridad suprema, el final de aquello que siempre ha impuesto normas y límites, pero también ha otorgado sentido a todo? ¿Está satisfecho el loco con ese  crimen? No: está desesperado; para el loco, la muerte de Dios no es un acontecimiento gozoso: es un acontecimiento atroz, que no depara al mundo alegría sino desolación.«¿ Cómo hemos podido hacerlo?», se pregunta el loco, incapaz de dar crédito a aquella enormidad. «¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el  horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos la Tierra de su Sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles?[ ... ] ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos?[ ... ] ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros?». Éste es el loco de Nietzsche: un loco sin Dios, pero también un loco que no está loco, o no del todo, uno de esos locos lúcidos que, como don Quijote, son más lúcidos que los cuerdos porque ven más allá que los cuerdos, más allá de lo que son capaces de ver los hombres comunes y corrientes, aquellos que solo saben reírse de él.


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