Proust, novela familiar, p. 162
Este joven nacido en el
departamento de Costas del Norte (actualmente, Costas de Armor), que había
subido a París recomendado por el cura de su pueblo a un sacerdote parisino a
todas luces muy bien relacionado, es a la sazón lacayo del príncipe Orloff; en
pocos años ha pasado por las mejores casas (entre las que destacan la del
príncipe Constantino Radziwill y la de la condesa Greffulhe). La única
fotografía suya que se conserva muestra a un joven fornido a la par que
elegante, de rasgos delicados a pesar de que los labios se pasaban de gruesos
para ser honrados; en la pose (muy erguida, con una mano en el bolsillo), en
los ojos claros que miran orgullosamente al objetivo, en el pelo con tupé,
asoma cierta arrogancia, pero Le Cuziat ha tenido buenos maestros. Céleste
Albaret, que no lo soportaba, solo lo veía como «una espingarda bretona» con
los «ojos azules, fríos como los de un pez (los ojos de su alma)», mientras que
Maurice Sachs, que lo conoció con unos años más, confirma «su mucha distinción»
y la compostura de ese «rostro aristocrático y conservador". Podemos
apostar a que a Proust, que se fijaba más en los morenos con bigote tipo
Agostinelli que en los rubios como Le Cuziat, que no era «su tipo», no le
atrajo tanto su depurado perfil como su erudición en asuntos genealógicos, que
en su caso alcanzaba la categoría de ciencia exacta. Sus conocimientos sobre
etiqueta, protocolo y hábitos de la aristocracia, así como sobre alianzas
oficiales y oficiosas, son de esos que resultan irremplazables, fruto de la pasión
por un oficio que ejercía con un celo inusual, combinado con una forma de
fascinación por la intriga en el círculo de los poderosos.
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