Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MADAME PROUST


 Proust, novela familiar, p. 239

Al morir su madre, Proust le escribe a Montesquiou: «Mi vida ha perdido su único objetivo, su única dulzura, su único amor, su único consuelo». Jeanne Weil fue, cómo no, su gran amor, y la única persona con la capacidad para consolar y calmar la inextinguible angustia de aquel que a la pregunta «Para usted, ¿cuál sería la mayor desgracia?» contestaba: «Estar separado de mamá». En su biografía, George Painter tuvo este famoso acierto: «El 26 de septiembre [de 1905] murió la señora Proust y, de pronto, el Tiempo se perdió». Proust ya solo podía ponerse manos a la obra, cosa que no dejó de hacer hasta su muerte. Al poner la palabra «Fin» al final de la última cuartilla de En busca del tiempo perdido sabía que podía morirse porque, por fin, él sí que había consolado a la madre fallecida, a la que tanto le preocupaba que su «pajarito tontín» no realizase la obra para la que ella sabía en secreto que estaba destinado. ¿Sospechaba siquiera Proust que al bosquejar su novela estaba inventando un auxilio más poderoso que el cariño de una madre ausente?


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