Volver la vista atrás, JG Vásquez, p. 231
Por esa época hubo una gran
discusión en el salón del Hotel de la Amistad. El centro del conflicto eran las
luces de los semáforos. Habían cambiado; fue una decisión de los guardias
rojos, y el Regimiento Rebelde no podía mantenerse al margen. Se trataba de
reconocer que el color rojo, símbolo de los guardias y de la Revolución, no
podía seguir indicándole a la gente que se detuviera, pues para todos ellos era
el color del progreso. De ahora en adelante, el rojo significaría la acción de
avanzar; inversamente, el verde sería la señal para detenerse. Los grupos de
guardias se dividieron las calles, destornilladores en mano, para hacer los
cambios necesarios. En momentos de tedio, Sergio salía a la calle y buscaba una
esquina sólo para ser testigo de esa inusitada inversión cromática, sintiendo
un escalofrío cada vez que un carro aceleraba para pasar en rojo, cada vez que
los jóvenes revolucionarios aprovechaban el verde para enseñar sus pancartas o
cruzar la calle, en medio de una de sus marchas, rodeando a los acusados. Le
habría gustado salir con una cámara y documentar todo el asunto, pero sabía
perfectamente que era una pésima idea: en el mejor de los casos, un occidental
sacando fotos sería considerado una provocación y el incidente terminaría con
el decomiso del rollo y acaso de la cámara; en el peor, con peligrosas
acusaciones de espionaje y una noche gratis en alguna oscura comisaría del
Departamento de Seguridad Pública. En cierta ocasión se burló de todo el asunto
frente a la tutora Li. Pensó que ella se reiría con él, pero se encontró con la
cara adusta de quien ha recibido un insulto.
“¿Qué sentido tienen los colores?”,
preguntó ella. “Tú sabes que el rojo de nuestra bandera simboliza la sangre de
nuestros héroes, ¿no es cierto? La sangre de millones de camaradas que dieron
la vida por la república. Ponte a pensar en lo que siente un revolucionario
cuando ve que alguien más, en otro país, ha decidido por un capricho que el color
rojo, el color por el cual estamos dispuestos a dar la vida, se convierte en
una orden para detenerse. Y si lo aceptáramos, si aceptáramos que el rojo sea
la señal para que los carros se detengan, también tendremos que aceptar que
ante el rojo se detengan los peatones ... en los semáforos para peatones. ¡Y
nosotros no sólo somos peatones, somos luchadores revolucionarios! ¡Y no
podemos aceptar injerencias extranjeras en la revolución!”
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