Los espejismos de la certeza, Siri Hustvedt, p. 260
El optimismo de Moravec sigue
intacto. En 2009, aunque reconocía los errores de las predicciones tempranas de
la IA, pronuncia él mismo otra: «Creo que hacia 2040 alcanzaremos por fin el
objetivo original de la robótica, así como un pilar temático de la ciencia
ficción: una máquina de libre movimiento con las capacidades intelectuales de
un ser humano»?
El pensamiento utópico no es nada
nuevo. Ha tomado muchas formas, desde la República justa de Platón (que admitía
como gobernantes a las mujeres, pero no a los poetas) hasta el hombre feliz en
el estado de naturaleza de Rousseau, pasando por las falanges de Fourier, en
las que todos trabajan por el bien colectivo y, por supuesto, el paraíso comunista.
En un famoso pasaje cerca del final de Literatura y revolución, León Trotski
predijo el nuevo mundo del hombre comunista: “El hombre se hará
incomparablemente más fuerte, más sabio y más sutil; su cuerpo será más
armonioso, sus movimientos más rítmicos, su voz más melodiosa. Las formas de su
existencia adquirirán una cualidad fuertemente dramática. El hombre medio
alcanzará la talla de un Aristóteles, de un Goethe, de un Marx. Y por encima de
estas alturas se elevarán cimas nuevas”. Leí por primera vez este pasaje sentada
en un cubículo de la biblioteca de mi universidad. Estaba haciendo un trabajo
sobre el realismo socialista, la lamentable forma de arte aprobada por la
República Soviética. Tenía veintiún años y recuerdo que, incluso esperanzada como
estaba en hacer un mundo mejor, pensé que el tipo estaba loco. Sin embargo,
aliado de la retórica de Moravec sobre nuestro futuro posbiológico, el lenguaje
de Trotski suena casi insípido. Aun a riesgo de parecer amargada, no soy ni
mucho menos la única en señalar que, aunque las fantasías utópicas han tomado
muchas formas, tienen en común el fracaso. Ni un solo experimento utópico en la
historia de la raza humana ha tenido éxito.
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