Alfred Hitchcock, Donald Spoto, p. 479
Poco después del ochenta
cumpleaños de Hitchcock, en agosto de 1979, Ingrid Bergman les hizo una visita.
«Tomó mis dos manos -recordaría la actriz- y las lágrimas rodaron por sus
mejillas, y dijo: "Ingrid, voy a morirme", y yo le dije: "Por
supuesto que va a morirse algún día, Hitch ... todos nosotros vamos a
morimos". Y entonces le dije que yo también había estado muy enferma
recientemente, y que también había pensado en ello. Y por un momento la lógica
de todo aquello pareció hacerle sentirse algo más en paz.»
Poco antes de terminar el año, la
Cámara de Comercio Británico-Americana, apresurándose a adelantarse a un mayor
honor del que todo el mundo hablaba, votó a Hitchcock «Hombre del Año”. Y
luego, por Navidades, llegó el anuncio oficial: fue publicada la Lista de
Honores del Nuevo Año de su Majestad la Reina lsabel y en la Lista de Servicio Diplomático y Ultramar Alfred
Hitchcock era nombrado Caballero Comendador del Imperio Británico. Un viaje a
Londres era imposible, y así, el 3 de enero de 1980, el cónsul general
británico, Thomas W. Aston, vino a los Estudios Universal. Los equipos de
cámaras acudieron a primera hora aquel día y, tras una rápida preparación, la
presentación de los documentos oficiales no se realizó en la oficina de
Hitchcock -que por aquel entonces ya había sido completamente desmantelada y se
hallaba hecha un caos-, sino en una oficina ficticia montada en un plató, que
daba la ilusión de ser una oficina en pleno funcionamiento. Con las cámaras y
las luces, hubiera podido parecer una de sus fugaces apariciones en una de sus
películas: Hitchcock permanecía sentado tras un escritorio de caoba, impasible,
algo displicente.
Le habían administrado generosas
inyecciones de cortisona, porque la artritis estaba causándole dolores más
crueles que nunca. Su marcapasos había sido controlado el día anterior. Tras las palabras formales de
investidura, Hitchcock sorprendió a todo el mundo -e hizo que los hombres de la
Universal se mostraran algo más que inquietos- aceptando responer a la
spreguntas de los periodistas: “Me siento muy feliz de que esto hay llegado a
su debido momento -dijo con un rastro de sarcasmo-. Supongo que demuestra que
si te aferras a algo durante el tiempo suficiente, al fin siempre hay alguien
que se da cuenta y toma nota de ello.” ¿Por qué había tomado tanto tiempo el
reconocimiento de la reina? «Supongo que ha sido culpa de algún descuido.”
¿Creía que ser ahora Sir Alfred iba a señalar alguna diferencia en la actitud
de su esposa hacia él? «Espero que sí. Quizás ahora se preocupe de sus propios
asuntos y haga lo que tiene que hacer.»
Siguió una comida, y un cierto
número de sus colegas de los negocios y la industria brindaron por Sir Hitch.
Cary Grant, otro británico que había emigrado, aportó una gran alegría a la en
cierto modo desconcertante tarde. Janet Leigh estaba allí también. y el
ramillete habitual de los ejecutivos de la MCA/Universal y la hija de
Hitchcock, y su agente. «Sin saber que iba a ser el ú1timo adiós, estuve
hablando con Hitchcock durante toda la comida aquel día -recordaría Ernest
Lehman-. Pero nada de la tristeza de aquel último año puede borrar mis
recuerdos de todos los buenos tiempos, los excitantes tiempos, las creativas
victorias que compartimos en el pasado.”
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