Alfred Hitchcock, Donald Spoto
En este aspecto, la preferencia
de Hitchcock por ayudantes femeninas se veía acompañada por un desagrado
equivalente a los ayudantes masculinos. Cultivaba a los actores como Joseph
Cotten, Henry Fonda, James Stewart y Cary Grant, por lo que podían proporcionarle
en sus films, pero nunca hubo con ellos ninguna amistad o intimidad, y ellos lo
sabían; la mayor parte de las veces (como, por ejemplo, con John Gielgud, Michael
Redgrave, Laurence Olivier, Gregory Peck, Anthony Perkins, Rod Taylor, Sean
Connery, Paul Newman y Frederick Stafford) no hacía ningún intento por ocultar su
desagrado e incluso su resentimiento hacia ellos ... principalmente a causa de
que ellos parecían poseer lo que a él le faltaba.
Aislado cuando niño y cuando
adolescente, virtualmente encerrado con su madre hasta su matrimonio a los
veintisiete años, enseñado como estudiante y aprendiz a cultivar la buena
opinión de los demás, Hitchcock exhibió a lo largo de toda su vida un profundo
terror a quebrantar la ley y convertirse así en un «chico malo». (Cuando se le preguntó
qué le gustaría que pusieran sobre su tumba, respondió: «Esto es lo que hacemos
con los chicos malos”). Su tranquila y observadora personalidad, y su retirada
tras una masa de limitadora obesidad, lo pusieron a la vez a salvo de los
avances (la mayor parte imaginados) de las mujeres y de la competición con
otros hombres.
El temperamento de Hitchcock era
muy parecido al de Henry James, que también compartió un puritanismo victoriano
en sus variantes inglesa y americana. Como escribió Leon Edel de Henry James, a
Alfred podía aplicarse lo mismo: un «travestismo espiritual” -que fascinaba al
director en su sentido literal y figurativo-, protegido por una sensación de
integridad masculina. Era cierto con respecto a Hitchcock, como Edel escribió
de James, que durante toda su vida exhibió «dentro de la casa del mundo interior
[del artista] el espíritu de una joven mujer adulta, avezada en las cosas del
mundo y curiosa, poseyendo un tesoro de inaprehendible virginidad e inocencia y
capaz de ceder al lado masculino de activa búsqueda del mundo ... una
eternamente fresca y exquisita visión de juventud e inocencia femeninas. Porque
ésta era la naturaleza andrógina del creador y su drama [el de su arte]:
inocencia y mundanalidad, la paradisíaca América y la cruel y corrupta Europa.»
Del mismo modo que en el mundo ficticio de Henry James era seguro en Hitchcock
ser una niñita, porque las niñitas lo soportaban todo y crecían más sabias con
la experiencia. Las mujeres se hallaban enfrentadas al dilema moral, la
elección, el drama de la acción y la imaginación.
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