He tenido el extraño vicio de
duplicar los sucesos de mi vida escribiendo sobre ellos. Supongo que fue por
darle a ese vicio un orden y una forma que a finales de 1985 empecé a llevar un
diario. En principio este diario fue el resultado de constatar que, aunque
quería ser escritor, escribía muy poca ficción y mucho sobre mis obsesiones.
Quería dejar escrito, al menos, que era incapaz de escribir. Había, además, una
circunstancia nueva que me producía al mismo tiempo alegría y ansiedad: mi mujer
estaba embarazada y esperábamos la que sería nuestra primera hija. La vida y
las lecturas, así como la comparación entre mi vida real y la vida que yo
quería vivir, fueron el acicate para empezar mi propio diario.
Según García Márquez, “todo el
mundo tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta”. Estos cuadernos
míos contienen poco o nada de mi vida pública, porque ni la tenía; se nutren casi
siempre de mi vida privada, y no omiten partes de mi vida secreta. Son así
porque, al menos al principio, nunca tuve el temor de que alguien los leyera, y
porque no fueron escritos para ser publicados. Eran un memorándum para mí mismo.
Si mucho, yo pensaba que alguien podría interesarse en ellos después de mi
muerte y por lo mismo tampoco pensé nunca en destruirlos. Ahora estos papeles
póstumos los publico en vida.
Cuando los releí, pensando ya en
una posible edición, me di cuenta de que los había escrito para no enloquecer,
para dejar puesta en palabras mi locura e intentar tener, en la vida, un comportamiento
más normal, más cuerdo, menos insensato. En ese sentido veo que mis diarios,
testimonio de un hombre inmaduro y enamoradizo, se nutren de la parte más
oscura de mi mente y de mi existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario