Sexual personae, Camille Paglia, p. 193
El Marqués de Sade (1740-1814) es
un gran escritor y un gran filósofo cuya ausencia en los programas
universitarios americanos demuestra la hipocresía y la timidez de los estudios
humanistas liberales. Ninguna educación en la tradición occidental es completa
sin Sade. Ha de ser presentado en toda su fealdad. Bien leído, es divertido.
Satirizando a Rousseau punto por punto, Sade prefigura las teorías de la
agresividad que posteriormente desarrollarán Darwin, Nietzsche y Freud. Sade
fue perseguido tanto por los gobiernos conservadores como por los liberales y
pasó veintisiete años en la cárcel. Sus libros fueron prohibidos, pero unas
cuantas ediciones privadas influyeron grandemente en la vanguardia francesa e
inglesa a lo largo de todo el siglo XIX. La obra completa de Sade sería
finalmente publicada después de la segunda guerra mundial. Los intelectuales
franceses lo aceptaron de la misma forma que aJean Genet, como un
poeta-delincuente, un ladrón homosexual, carne de prisión. Pero Sade apenas ha
conseguido entrar en la conciencia de la intelectualidad americana. Es su
violencia, mucho más que su teoría del sexo, lo que los intelectuales
encuentran difícil de aceptar. Para Sade, el sexo es violencia. La violencia es
el auténtico espíritu de la madre naturaleza.
Sade es una figura de transición.
Sus aristocráticos libertinos pertenecen a la novela mundana del XVIII, del
tipo de Las amistades peligrosas de Lados (1782). Pero la forma en que Sade
hace hincapié en la energía, el instinto y la imaginación lo sitúa claramente
entre los románticos. Escribe en la misma década que Blake, Wordsworth y
Coleridge. Expandiendo la idea rousseauniana de la identidad sexual, Sade
convierte el sexo en un teatro de acción pagana. Separa por completo el sexo de
la emoción. La fuerza, y no el amor, es la fuerza del universo, la suma verdad
pagana. La demónica madre naturaleza de Sade es la más sangrienta de las diosas
desde la Cibeles asiática. Rousseau reaviva a la Gran Madre, pero Sade restaura
su verdadera ferocidad. Ella es la naturaleza darwiniana, con los dientes y las
garras manchados de sangre. Lo único que hay que hacer es seguir a la naturaleza,
dice Rousseau. Sade asiente con una risa siniestra. «La crueldad», dice en La
filosofía en el tocador (1795) es «el primer sentimiento que la naturaleza
imprime en nosotros» y en Justine (1791) llama a la naturaleza «nuestra madre”.
El mundo de Sade está gobernado por un titán femenino: «No, no hay Dios; la
Naturaleza se basta a ella misma; no tiene ninguna necesidad de un creador». La
Gran Madre, el personaje femenino supremo de Sade, es el principio y el final
de todas las cosas.
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