Marzo de 1979
Periodistas y fotógrafos,
aficionados al cine y buscadores de autógrafos, y huéspedes del Hotel Beverly
Hilton, se congregaron en el vestíbulo durante toda la tarde, y a las cinco y
media del 7 de marzo de 1979 los recepcionistas y los botones descubrieron que
sus tareas de rutina se habían hecho casi imposibles. El hotel, en la
intersección de los bulevares Wilshire y Santa Mónica en Beverly Hills,
California, estaba completamente lleno, y durante todo el día había una
sensación cada vez más clara de que estaba a punto de producirse un
acontecimiento importante que quedaría registrado para la posteridad.
A lo largo de toda la tarde,
fueron estratégicamente situados armazones de tres metros de altura con focos
de enorme voltaje desde la puerta principal del hotel y a lo largo de toda la
entrada hasta el gran salón de baile; kilómetros de gruesos cables negros
conectaban generadores a cámaras, a luces y a tableros de control; máquinas grabadoras,
montadoras y micrófonos eran desembalados y probados. Directores técnicos supervisaban
a carpinteros y electricistas; hombres y mujeres jóvenes de los estudios de
televisión estaban dirigiendo el tráfico dentro y fuera, y miembros del comité organizador
del banquete estaban efectuando los ajustes de último minuto en la disposición de
los asientos.
Mil quinientas personas iban a
asistir a la ceremonia de aquella noche, y muchos millones, gracias a la
tecnología, iban a poder ver por televisión una versión grabada y montada del
acto dentro de aquella misma semana. Dentro del salón de baile, habían sido
dispuestas ciento cincuenta mesas para una cena de cuatro platos, y se había
construido un pequeño escenario, con un podio para oradores, y dominándolo todo
enormes fotografías de estrellas de cine en una gran variedad de decorados y
situaciones dramáticas.
A las seis, como a una señal, los
primeros automóviles se detuvieron a la entrada del hotel, y los espectadores
curiosos -retenidos por cordones de terciopelo y guardias vestidos de azul-
tensaron sus cuellos para ver el desfile de aquellos que acudían a una cena de
trescientos dólares el cubierto.
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