Sexual personae, p. 156
En Grecia, el efebo era siempre lampiño, estaba detenido en
el Cuando llegaba a la edad adulta, él mismo pasaba a ser, a su amante de los
muchachos. Al igual que el santo cristiano, el griego era un mártir, una
víctima de la tiranía de la naturaleza. Su belleza no podía durar, y por eso la
escultura apolínea lo atrapaba en flor. Hay cientos de vasos de fragmentos de
cerámica y de graffiti en los que alguien es denominado kalos, “el hermoso” o “el
guapo”: una especie de coqueto elogio público del hombre por parte del hombre.
K. J. Dover demuestra los criterios que gobernaban la representación de los genitales masculinos,
criterios que son totalmente opuestos a los nuestros: gustaba el pene pequeño,
fino, mientras que se consideraba vulgar y animal el pene grande. Incluso el
musculoso Hércules era representado con genitales de muchacho. Por
consiguiente, pese a su patriarcado político, no se puede considerar que Atenas fuese -horrible palabra-
una falocracia. Por el contrario, el pene griego pasó por un proceso de edición
en el cual se sustituyeron los puntos de exclamación por simples guiones. El
efebo era deseado, pero no deseante. Ocupaba una dimensión presexual o suprasexual,
el ideal estético griego. Convencionalmente, su admirador adulto podía buscar
el orgasmo, pero él no llegaba a la erección.
El efebo era un adolescente que planeaba entre un pasado
hembra y un futuro macho. J. H. Van den Berg afirma que la adolescencia se
inventó en el siglo XVIII. Es cierto que antes los niños pasaban más
directamente de lo que lo hacen hoy a las responsabilidades adultas. En el
catolicismo, por ejemplo, los siete años marcan el albor de la conciencia
moral. Después de la Primera Comunión, en cualquier caso. Las melancólicas
crisis de identidad de la adolescencia fueron realmente un invento romántico de
Rousseau y Goethe. Pero Van den Berg se equivoca al convertir la adolescencia
en algo totalmente moderno. Los griegos la vieron y la formalizaron en el arte.
La pederastia griega alababa el magnetismo erótico de los muchachos
adolescentes de una forma que hoy puede llevarle a uno a vérselas con la
justicia. Los niños son más conscientes y perversos de lo que creen los padres.
Estoy de acuerdo con Bruce Benderson en que los niños pueden escoger y escogen.
El muchacho adolescente, todavía con un pie en la pubertad, es soñador y
distante, oscila entre el vigor y la languidez. Es un chico-chica, su
masculinidad es trémula y difusa, como si se la viera através de un turbio
fragmento de cristal antiguo.
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