Sexual Personae, Camille Pagina, p. 152
El sonriente kuros es la primera
escultura totalmente exenta de la historia del arte. La estricta simetría
egipcia se conservó hasta los albores de la época clásica. El Efebo Critios,
mirando hacia un lado y reposando el
peso del cuerpo en la pierna contraria es el primero en romperla. En el
inventario de artefactos griegos, el Efebo Critios es el último kuros. Ya no se
trata de un tipo, sino que es un joven de verdad, serio y regio. Su cuerpo
suave y bien formado tieue una sensualidad pura. En el kuros arcaico, que era
calipigio, se realzaban y se valoraban más que la cara las nalgas grandes y
bien formadas. Pero las nalgas del Efebo Critios tienen un refinamiento femenino,
tan erótico como el pecho en la pintura veneciana. Es una figura en
contrapposto: aprieta una nalga y relaja la otra. El artista las imagina como
una manzana y una pera, brillantes y compactas. Durante trescientos años, el
arte griego produjo muchos muchachos hermosos, tanto en piedra como en bronce.
No conocemos sus nombres. La anticuada denominación genérica de «Apolos» era en
cierto modo adecuada, pues el kuros solitario, exento, era una idea apolínea, una
liberación de la mirada. Su desnudez era polémica. La kore («doncella») arcaica
iba siempre vestida y tenía una función utilitaria: era una figura ofurente. El
kuros, sin embargo, se yergue heroicamente desnudo con una externalidad y
visibilidad apolíneas. A diferencia de la bidimensionalidad de las esculturas
faraónicas, invita al espectador que pasa ante él a contemplarlo en redondo. No
es ni rey ni dios, sino un joven humano. Un joven humano que goza de la
divinidad y del estrellato. Constituye una secularización de la revelación y
una ritualización de la identidad. El kuros es el primer ejemplo del culto a la
personalidad de la historia occidental. Es un icono del culto a la belleza, de una
jerarquía que no es dinástica, sino autogenerada.
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