Vamps & Tramps, Camille Paglia, p. 100
Como feminista, detesto la
reducción retórica de la mujer a saco de entrenamiento pasivo, que es la
premisa básica del «síndrome de la mujer maltratada”. Los hombres golpean a las
mujeres por otra razón: porque la superioridad física es su única arma contra
un ser mucho más poderoso que ellos. El golpe no subordina; equipara. La
agresión se expresa en más de una forma en el ciclo de la violencia doméstica
(que incluye los mucho menos denunciados malos tratos a maridos). La polémica
táctica de exhibir horripilantes fotos policiales de los rostros magullados de las
mujeres elude la verdadera cuestión. ¿Qué es lo que condujo al momento de la
sala de urgencias? Una cámara de vídeo que grabara el episodio antes y después
del ataque alteraría la visión percibida en blanco y negro de los ogros
masculinos y las mártires femeninas. Esto no es una excusa para el
comportamiento grosero de los hombres; es para despertar a las mujeres a su
igual responsabilidad en la disputa y la confrontación.
Cualquier mujer que permanezca
con quien abusa de ella después del primer incidente, se convierte en su
cómplice. Conjeturo el escenario básico de muchos casos como sigue. El
atacante, como el adúltero en serie, es una personalidad infantil que se obsesiona
con el arquetipo de la madre representado por su esposa. Exige su atención
absoluta, el narcótico de su silencioso consuelo. Pero disfruta compulsivamente
alterando su compostura y destruyendo el equilibrio familiar que ella se
esfuerza tanto por mantener. Cuanto peor
se porta, más siente ella que él la necesita. Ella encuentra sus gamberradas
adolescentes tan desalentadoras como entrañables; y, todo sea dicho,
sexualmente excitantes.
Ella le provoca a su manera, con
pequeñas afirmaciones aguijoneantes de su territorio y de su dominio sobre él.
Ella da a entender que él es inepto, incapaz de cuidarse solo sin ella. Cuando él
adopta una actitud y plantea exigencias, ella es vaga, vacilante; él no puede
llegar hasta ella. Él encuentra su sereno autodominio intolerable porque en
última instancia representa la supremacía de la mujer sobre el hombre, su
inconmovible control sobre la procreación. Ningún argumento verbal puede
cambiar eso.