Robert Frost nos visitó en
noviembre de 1960, sólo una semana después de las elecciones generales. Dice
algo sobre nuestro colegio que la perspectiva de su llegada suscitara más
interés que la contienda electoral entre Nixon y Kennedy, la cual para la
mayoría de nosotros no fue en absoluto una contienda. Nixon era un estrecho y
un gruñón. Si hubiera sido uno de los nuestros le habríamos parado los pies.
Kennedy, sin embargo ... Ése sí que era luchador, irónico, preciso y nada
histérico. Controlaba perfectamente la ropa. Su mujer era una preciosidad.
Y había leído y escrito libros,
de los cuales Por qué se durmió Inglaterra era lectura obligada en mi seminario
avanzado de historia. A Kennedy lo reconocíamos; todavía podíamos ver en él al
chico que hubiera sido aquí uno de los preferidos, travieso y listo, con esa
desenvoltura tan comedida que dejaba a las claras, y al tiempo pasaba por alto,
el hecho de su clase social.
Pero no habríamos admitido que la
clase social desempeñaba el menor papel en el hecho de que Kennedy nos gustase.
El nuestro no era un colegio esnob, o eso nos creíamos, y hacíamos todo lo que
podíamos por que aquello pareciera verdad. Todo el mundo realizaba alguna
tarea. Los becados podían declarar que lo eran o no, como les apeteciera; el
propio colegio no hacía distingos.
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