Ahora ya sabe con certeza que los
relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Ojalá tampoco lo sean las
conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por
hablar. Ojalá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente. Hay algo
en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es
verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es verdad.
Puede ocurrir que ciertos ecos de los dichos, y hasta de los dichos más
triviales, sigan como en letargo durante muchos años, latiendo débilmente en un
rincón de la memoria, esperando una segunda oportunidad de regresar al presente
para aumentar y corregir lo que no quedó del todo claro en su momento, y a menudo
con una elocuencia y un alcance significativo que exceden con mucho a los que
tuvieron en su origen. Ahí están, no hay más que verlos, llegan revestidos con extraños
ropajes, al son de músicas exóticas
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