Las muertas, Jorge Ubargüengoitia, p. 181
Testimonio de don Gustavo
Hernández
Pregúnteme usted: ¿qué tiene que hacer las noches de todos los
sábados en un burdel un hombre que tiene esposa y varias hijas y vive feliz con
ellas? No sé qué contestarle, pero así era yo. Estaba obnubilado. Cada sábado,
dando las nueve en el reloj de la parroquia, cerraba la mercería y me iba al
México Lindo. En el momento en que pisaba yo el interior de aquel lugar todo me
parecía bonito: el decorado, las mujeres, la música. Hice de todo: bailé, bebí,
platiqué y ninguna de las mujeres que pasaron por allí entre 57 y 60 se me
escapó. Regresaba a mi casa rayando el sol. «¿Dónde estuviste? » me preguntaba
mi mujer. «En una junta de Acción Católica.» Nunca me creyó. Durante años
sospechó que yo tenía una amante. No sabe que la engañé con cuarenta y tres.
Doña Arcángela me decía:
-No se prive de nada, don
Gustavo. Cuando no traiga dinero nomás echa una firma. Para mí usted es como el
Banco de México.
Estas palabras fueron mi caída.
Una mañana llegó a la mercería el
licenciado Rendón. En el portafolios traía notas firmadas por mí que sumaban
más de catorce milpesos. Quería sa0er cuándo iba yo a poder pagarlas. Doña
Arcángela se quedó con la mercería, pero el susto que tuve me curó del vicio y
no he vuelto a sentir tentaciones de poner los pies en un burdel. Ahora vivo feliz
en compañía de mi familia.
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