El estridentismo
Yo no pienso, yo muerdo. Para
Alain Jouffroy, el artista de vanguardia es el primero en arriesgarse, el
primero en tirarse al agua. El que pone la maquinita peluda del amor y la
aventura a toda velocidad. Para Alain Jouffroy, y en esto se toca con los
situacionistas, el artista de vanguardia es el que, por sobre todo, subvierte
la cotidianidad, transformando y transformándose. Yo no muerdo, yo me araño. Y
se necesitaba tener un espíritu muy heroico para sobrevivir y crear y difundir
una poesía nueva en el México de 1928: un movimiento que no antecede a la
revolución, pero que se va extinguiendo con esta revolución. Los sabrosos
veinte, la visión de Huidobro jugando chirlitos con Reverdy, Pablo de Rokha
construyendo una de las más hermosas ballenas de este siglo -la que muchos años
después le daría un revólver para que se suicidara-. Alberto Hidalgo haciendo
antologías con Borges (el primero murió riéndose de su pobreza y su olvido; el
segundo todavía hace chistes públicos de un humor macabro). Girando era
bailarín y pudo ser actor de Hollywood. Vallejo pensaba en Rita. Oquendo de
Amat escribía a los diecisiete años sus cinco metros de poesía y ya no
escribiría nunca más. Martín Adán ponía coma final a La casa de cartón, y
pululaban por América unos jóvenes que tenían facha de terroristas (además, lo
eran), y que hacían poesía. Ante esa obra lo que se escribe, por ejemplo, por
los cuarenta o cincuenta (para no hablar de los sesenta, en donde la cosa
parece, hasta nueva orden, que volviera a brotar), se ve definitivamente
asqueroso
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