Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

11S


Tus pasos en la escalera, Muñoz Molina, p. 33
Aquella mañana que parecía que se acababa el mundo Cecilia y yo bajamos al supermercado queriendo comprar cosas imprescindibles para una emergencia, por miedo a que sucediera otro ataque que lo trastocara definitivamente todo, un sabotaje que cortara los puentes y los túneles, las vías de comunicación tan frágiles de la isla, algo que nos forzara a quedarnos encerrados, a no aventurarnos a salir a la calle. Hablaban en la radio de otro avión secuestrado que no se sabía dónde estaba. Pero qué compra uno si no tiene ni idea de qué puede suceder; cómo mantiene la lucidez de saber qué es imprescindible. En la calle reinaba una extraña normalidad ralentizada, amortiguada. Desde el sur de la ciudad subía por las aceras una multitud de gente con ropas de oficina, empleados con corbatas flojas y chaquetas al hombro, intentando hablar por los teléfonos móviles. Había tanta gente caminando porque ni el metro ni los autobuses funcionaban. En el supermercado una multitud al mismo tiempo ávida y silenciosa y ordenada ya nos había tomado la delantera. Cargaban cosas en los carritos con urgencia, con método. Nada de ese tumulto de los asaltos apocalípticos a supermercados que se ven a veces en la televisión. Cuando llegamos Cecilia y yo no había carritos disponibles, y tampoco quedaban cestas, o nosotros en nuestro aturdimiento no las encontrábamos. En cada una de las cajas había una fila de carritos rebosantes de todo. Muchos estantes estaban quedándose vados. La gente iba de un lado a otro con listas escritas. Las familias se repartían con destreza militar por los diferentes pasillos. Cecilia y yo íbamos de un sitio a otro eligiendo igual cosas necesarias y cosas superfluas, dejando algunas, buscando otras, los dos con nuestras caras de desconcierto y nuestras manos llenas, porque ni encontrábamos cestos ni habíamos tenido la precaución de traer mochilas o bolsas. Qué compra uno en esos momentos. Si se cortaba la electricidad no podríamos conservar comida fresca. Era inútil que tuviéramos cargadas las baterías de los teléfonos porque las redes inalámbricas habían dejado de funcionar. Apilábamos unas cosas encima de otras, nos las colgábamos al hombro, las metíamos en los bolsillos. Se nos caía algo y al inclinarnos para recogerlo se nos caía todo lo demás. En la rara quietud y en el frío polar del aire acondicionado seguían sonando las canciones pop del hilo musical. Había que comprar velas, botellas de agua, pilas, pan de molde, conservas, cerillas. Nadie hablaba en la cola. Cecilia y yo nos decíamos cosas en voz baja. Solo se oía el ruido de las máquinas registradoras y de los escáneres de los precios, y la orden única repetida sin expresión por las cajeras, como una grabación automática, “Next”,”Next on line”

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