Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 910. EL FIN DEL FIN DEL MUNDO / FRANZEN
Si un
ensayo es algo que se ensaya -algo arriesgado, que no pretende ser definitivo
ni sentar cátedra; algo aventurado a partir de la experiencia personal y la
subjetividad del autor--, se diría que estamos viviendo la edad de oro del ensayismo.
La fiesta a la que acudiste el viernes por la noche, el trato que te deparó una
azafata, tu punto de vista sobre la atrocidad política del día: según la
premisa de las redes sociales, hasta el más diminuto microrrelato subjetivo
merece no sólo una mera anotación privada -por ejemplo, en un diario personal-,
sino ser compartido con los demás. El presidente de Estados U nidos actúa, hoy
en día, con esa misma premisa. La información pura y dura, en medios como The
New York Times, se ha suavizado para permitir que el yo, con su voz propia, sus
opiniones e impresiones, ocupe un lugar destacado en las primeras planas, y los
que firman las reseñas de libros se sienten cada vez menos obligados a hablar
de ellos con cierta objetividad. Antes no tenía ninguna importancia si Raskólnikov
y Lily Bart caían mejor o peor, mientras que ahora el asunto de la «simpatía”,
que supone privilegiar implícitamente los sentimientos personales del autor de
la reseña, se ha convertido en un elemento clave del juicio crítico
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