El fin del fin de la Tierra, Franzen, p. 222
Consideremos la teoría del
simulacro del sociólogo francés Jean Baudrillard: la idea de que el capitalismo
consumista ha reemplazado la realidad por una serie de representaciones de la
misma. Salvo que viajes en helicóptero o en un avión monomotor, es imposible no
percibir el contraste entre los parques de África Oriental, limpios y cubiertos
de una vegetación exuberante, abarrotados de ñus y elefantes, y los campos que
los separan, superpoblados, agotados por el exceso de pastoreo y atiborrados de
desechos: la hegemonía de la Coca-Cola, las plantaciones de piñas Del Monte,
exageradamente vigiladas, las líneas férreas y las autopistas que están
construyendo los ingenieros chinos para acelerar la extracción de carbón y
carbonato de sodio, los fantasmas del SIDA y del terrorismo islámico. Los
parques funcionan como simulacros en los que los turistas, blancos en su
mayoría, todos adinerados, pueden «experimentar» un “África” cuya
representación responde a lo que han pagado por ella. Los baobabs y las acacias
son nativos, y por la noche los visitantes del hemisferio norte no reconocen
las constelaciones del sur: hasta ahí, todo es auténtico. Sin embargo, del
mismo modo que hoy en día la gente, cuando se enfrenta a una tormenta de nieve
de verdad, dice que se parece mucho a las de las películas, cabe la posibilidad
de que uno se encuentre viendo cebras en el Serengueti y le dé por recordar las
de un parque de Florida. No sólo lo real deja de ser real, sino que se nos antoja
como una copia de una copia. El Serengueti lo sufre más por haber sido el escenario
de tantos documentales sobre la naturaleza. La imagen de un león derribando a
una gacela es un lugar común para cualquiera que se haya criado viendo los
documentales de National Geographic. Peor aún, la constatación de que es un
lugar común también es un lugar común. ¿Qué valor añadido recibe exactamente el
turista por vislumbrar desde cierta distancia escenas dramáticas de la vida y
la muerte que puede presenciar tan tranquilamente desde casa? ¿De veras
necesita el mundo más fotógrafos de jirafas aficionados?
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