Las muertas, Jorge Ibargüengoitia
1: Vida de Ticho contada por él
mismo
CUANDO YO ERA CHICO los demás niños
me tenían miedo. Mis padres me mandaron a la escuela, pero la maestra dijo que
yo era demasiado grande y que podía dar mal ejemplo. Me pusieron a cargar piedras,
sacos de arena, sacos de cemento. Una tarde le di un abrazo a un amigo y cuando
lo solté se cayó al piso. Los que vieron lo que pasó dijeron que yo lo había
matado. Por eso me llevaron a la cárcel. En la cárcel me pusieron a cargar piedras
otra vez. Un día se murió el que cargaba muertos en el hospital y el doctor fue
a la cárcel a buscar alguien que hiciera este trabajo. El director de la cárcel
me mandó llamar y me dijo: “vete con este señor”. Diez años anduve cargando
muertos de un lado para otro hasta que una mañana el doctor me dijo: “ya puedes
irte”, y abrió la puerta del hospital. Yo salí a la calle y empecé a caminar. Llegué
a la vía del tren y me fui siguiéndola. Caminaba de noche porque había luna. En
el día me acostaba en una zanja y me dormía. Cuando veía una casa, me acercaba
a la cocina -los perros a mí no me ladran-, me asomaba y les decía a las
mujeres que estaban adentro, “tengo hambre”, y ellas sentían miedo y me daban
de comer. Cuando llegaba a los pueblos pedía limosna, pero nadie me daba. Un
día me quedé dormido en la banqueta que está afuera del mercado y cuando abrí
los ojos doña Arcángela me estaba mirando. Con ella estaban dos muchachas que
llevaban canastas. Doña Arcángela me dijo:
-Eres muy grandote, te ves muy
feo y pareces muy bruto. Voy a darte un trabajo que te va a gustar.
Las muchachas se rieron.
Desde ese día fui coime. Mi
obligación era sentarme en una silla y estar listo para lo que se ofreciera.
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