Me he instalado en esta ciudad
para esperar en ella el fin del mundo. Las condiciones son inmejorables. El
apartamento está en una calle silenciosa. Por el balcón se ve a lo lejos el
río. El río se ve también desde la pequeña terraza de la cocina, que da a
jardines y balcones traseros de la calle contigua, a miradores con barandas de
hierro en las que hay ropa tendida, ondeando en la brisa. Al fondo de la calle,
más allá del río, está el horizonte de colinas de la otra orilla y el Cristo
con los brazos abiertos como a punto de levantar el vuelo. En Siberia hay ahora
mismo temperaturas de cuarenta grados. En Suecia el fuego alimentado por un
calor inaudito arrasa los bosques que se extienden más allá del Círculo Polar
Ártico. En California incendios que abarcan centenares de miles de hectáreas
llevan ardiendo varios meses seguidos y reciben nombres propios, como los
huracanes del Caribe.
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