Selden se detuvo, sorprendido. En
la aglomeración vespertina de la Estación Grand Central, sus ojos acababan de
recrearse con la vista de la señorita Lily Bart. Era un lunes de principios de
septiembre y volvía a su trabajo después de una apresurada visita al campo,
pero ¿qué hacía la señorita Bart en la ciudad en aquella estación? Si la hubiera
visto subir a un tren, podría haber deducido que se trasladaba de una a otra de
las mansiones campestres que se disputaban su presencia al término de la
temporada de Newport; pero su actitud vacilante le dejó perplejo. Estaba apartada
de la multitud, mirándola pasar en dirección al andén o a la calle, y su aire
de indecisión podía ocultar un propósito muy definido. El primer pensamiento
de Selden fue que esperaba a alguien, y le extrañó que la idea le sorprendiera.
No había nada nuevo en relación con Lily Bart y, sin embargo, nunca podía verla
sin sentir cierto interés: suscitarlo era una característica suya, así como el
hecho de que sus actos más sencillos parecieran el resultado de complicadas intenciones.
La curiosidad le impulsó a
desviarse de su camino hacia la puerta para acercarse a ella. Sabía que si no
quería ser vista, se las compondría para eludirle y le divertía poner a prueba
su ingenio.
-Señor Selden. .. ¡Qué buena
suerte!
Fue hacia él sonriendo, casi
impaciente en su afán de salirle al encuentro. Las pocas personas a quienes
rozó se volvieron a mirarla, porque la señorita Bart era Una figura capaz de
detener incluso a un viajero suburbano que corriera para coger el último tren. Selden
no la había visto nunca tan radiante. Su rubia cabeza, que contrastaba con el
apagado colorido de la muchedumbre, resultaba
más llamativa que en un salón de baile y el oscuro sombrero con velo le
prestaba la tersura juvenil y la tez diáfana que había empezado a perder tras
once años.
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