La señora Osmond, John Banville, p.203
El valle estaba inmerso en una
gasa de luz solar dorada y resplandeciente, en la que la ciudad, vista desde la
posición ventajosa de la vieja y conocida colina, era solo una acumulación imprecisa
de cúpulas, torres y tejados rojizos con aleros, mientras d río y sus meandros
parecían una veta brillante de mineral amarillo fundido. El canto de los
pájaros, si es que lo había, quedaba amortiguado por el palpitante dosel de
sonido que lanzaba al aire una invisible multitud de cigarras dedicadas a su incesante,
monótona y vibrante labor. En lo alto de la colina, en una terraza enmarañada
de rosas, un hombre de mediana edad, con un sombrero de paja de ala ancha,
estaba de pie con la palma de las manos apoyada en un antepecho musgoso,
reparando con placer abstraído en el amistoso calor de la piedra antigua. Ante
él, la ladera en pendiente era un descuidado pero pintoresco manto de olivares
y viñedos, y había una fuerte fragancia a rosas viejas, cipreses y polvo.
Estaba observando d camino que ascendía desde la Puerta Romana de la ciudad.
Siempre se había considerado una persona desubicada en el tiempo; la suya era
una sensibilidad más acorde, estaba convencido, con una época más engalanada y
grandiosa, una época en la que su talento habría brillado con una llama más
vívida de lo que jamás podrían avivar las insípidas brisas del prosaico presente.
No se imaginaba entre los césares: ese mundo de conquista y crueldad era
demasiado grosero y primitivo para su gusto; el suyo era un espíritu que habría
estado más en consonancia, eso pensaba él, con las cortesías y exquisitas sutilezas
del Quattrocento. Hoy se sentía emparentado en cierto modo con uno de los más
nobles condottieri de esos tiempos, aunque por desgracia corriera peligro:
sitiado, expulsado del santuario de su castillo de negra piedra romana y
empujado desde la capital hacia el norte hasta esta colina toscana, convertido
en su propio centinela, un vigilante solitario, amenazado por todas partes,
aunque sin dejarse amedrentar, escrutaba las neblinosas tierras bajas que se
extendían a su alrededor y preparaba sus estrategias, aguardaba su momento.
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