Memorias, Balthus, p. 206
Mi singularidad se debe a que no
he cedido a las tentaciones abstractas ni a las tentaciones surrealistas; por eso
no me apreciaban André Breton ni los abstractos. Pero eso nunca me molestó, y
mi faceta Heathcliff hizo el resto: mi carácter receloso y huraño espantaba a
los marchantes de cuadros y a los galeristas. Hubo una época en que eso me
desesperaba, al ver que tanto trabajo y tantas energías solo merecían silencio y
soledad ... Pero tuve fe en mi suerte, era una cuestión de fervor, de certeza
interior. No quise ceder a la abstracción porque, a pesar de hacer pintura
figurativa, estaba convencido de que la alcanzaba y, dentro de los límites
estrechos e impuestos del lienzo, procuraba llegar a la arquitectura interna, a
la estructura secreta de mi motivo. Por ejemplo, en mis paisajes de Chassy, un
corral o los distintos planos de un paisaje donde se escalonan los campos, las
tierras de labor, etcétera, o en una muchacha mirando el paisaje por la
ventana: la disposición del cuadro alcanza la abstracción. En Cézanne ese punto en que se
juntan la figuración y la abstracción es muy evidente, yo no creo que Cézanne
sea tan solo un pintor figurativo. La fuerza simplificadora le permite llegar a
lo esencial, a las líneas internas y fuertes de su motivo, que ya no tiene nada
que ver con una reproducción de la naturaleza. Hubo un tiempo en que los
pintores abstractos dictaron la ley, sin molestarse en comprender la síntesis
que Cézanne había sido el primero en hacer. Lo que más admiro en él es la nueva
invención del mundo a través de sus leyes profundas, matemáticas, sin olvidar nunca
las incursiones de los antiguos en este ámbito. Veamos, por ejemplo, el caso de
Piero della Francesca: él había comprendido ya la organización estructural que
lleva a la abstracción. La alquimia interna. De modo que los pintores tendrían
que ser más humildes, más modestos ...
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